El 19 de julio de 1936 «el pueblo en armas» para el golpe militar y, en muchas regiones y localidades del país, el movimiento anarquista proclama la revolución. Esta afecta también a la industria del espectáculo, una actividad de la que viven 45.000 personas en la España republicana: autores, actores, músicos, bailarines, escenógrafos, directores de películas, proyeccionistas de cine, acomodadores, taquilleros, porteros… La revolución consiste en que los trabajadores tomen el control de las empresas para mejorar su nivel de vida, dignificar la profesión y renovar la programación con espectáculos de valor artístico y cultural que reflejen los verdaderos retos del país. Por ejemplo, la situación del campo, la prostitución, el poder desmesurado de la Iglesia, la explotación del hombre por el hombre, el papel de las milicias de guerra. El objetivo es educar al pueblo y crear en los frentes de batalla y en la retaguardia un espíritu antifascista que ayude a ganar el conflicto civil. Sin embargo, la revolución en los espectáculos termina fracasando incluso antes del fin de la contienda por múltiples dificultades: disensiones internas, mala dirección, profesionales poco cualificados, falta de suministros, destrozos de los bombardeos, acoso de los comunistas, infiltración de «fascistas», obstruccionismo del capital extranjero... La mayor parte de los implicados en esta utopía terminarán en las cárceles franquistas, emprenderán el camino del exilio o tendrán problemas para volver a ejercer su profesión.