Un grupo de escritores, recluidos en una casa de campo, intentan imaginar historias al tiempo que se arrastran por la realidad de sus propias vidas. Mientras ellos funden verdad y fantasía, su editor, vencido por la obsesión de lo epicúreo, se rebela ante el espejo contra el paso de los años. Y un muchacho, llegado allí por casualidad, aprende a amar lo que todos ellos han empezado a perder. Asumiendo su papel de espía, sintiéndose invisible y por lo tanto libre, será testigo de los secretos que alimentan los temores y los sueños de los demás. Su aprendizaje le llevará a ver este mundo como un lugar colmado de sorpresas y de regalos, un lugar donde lo imaginado se vuelve tan importante como la propia existencia. Escribir, y por encima de todo convivir con otras personas, puede y debe ser una forma amable de obsequiarles recuerdos.
En esta fascinante novela, radicalmente voyeurista, Pedro Zarraluki, que ganó en su día el Premio Herralde de Novela con su excelente La historia del silencio, bucea en los mecanismos que nos llevan a crear ficciones, pero también en la incomparable embriaguez que nos causa sentirnos vivos. El entusiasmo, por fugaz que sea, se revela así como el mayor tesoro que tenemos. Tristes y estimulantes a la vez, estas páginas acabarán convirtiéndose en el testimonio de esa gran pasión por la vida que sólo alcanzan los que han aprendido a no esperar la felicidad y que a pesar de ello, y sin saber cómo, se sienten a veces inmensamente felices.