Novela de introspección impregnada de sentimiento, de anécdota y de reflexión.
Esta novela, que pretende hacer de la intensidad uno de sus personajes principales, trata del presente, del pasado y del futuro, aunque todo, al llegar al final, parece haberse consumado ya. Sin embargo, no es este un libro elegíaco: más bien podría haberse escrito contra cualquier tipo de melancolía.
Aunque tal vez esta antimelancolía sea una forma más de camuflaje, del que se sirve para ocultarse y mostrarse al mismo tiempo su protagonista, un hombre todavía joven que ha vivido siempre entre dos mundos muy diferentes, que pueden cifrarse en dos imágenes también distintas: un pueblo del interior y una playa en verano. O mejor: un huerto y un campo de golf.
En esa dicotomía nace y se desarrolla esta novela, que unas veces se convierte en una canción de Thalia Zedek y otras en un toque de tránsito, y que, por encima de todo, como en una película de Rohmer, trata de un verano cualquiera, de una semana cualquiera, cuando ya se ha vivido mucho a pesar de la juventud, o cuando una parte de esa vida comienza a desaparecer inexorablemente.