Philippe
Sollers es tal vez el mayor provocador vivo de la literatura europea. Pero
hay que decir que se toma muy en serio el oficio. Como antes lo hizo con
Dante, con Mozart y Sade, en Una vida divina vuelve a investir a Nietzsche de
todo su poder revulsivo, y lo hace en el sentido menos obvio, menos
historicista y más nietzscheano que pueda caber. Nietzsche vive en la novela
de Sollers moderna, lúdica, radical, suntuosa, intempestiva, impúdica,
irritante, entretenida desde la primera línea hasta el último giro, contra
"los predicadores de la muerte", su retorno eterno (eterno porque
actual, absoluto) en la época de la hipercomunicación, la clonación y la
miseria del espíritu y la carne. A la pregunta que el pensador a martillazos
se formuló hace ciento veinte años, ¿cómo habría que vivir para pensar
realmente hoy?, Sollers responde: "Monsieur N. [como se lo llama aquí]
no muere, no se vuelve loco, vive entre nosotros clandestinamente. Y en lo
que respecta a las mujeres, yo le presto, novelescamente, una nueva vida,
enteramente lúcida sobre esta cuestión de la sustancia femenina que dice
siempre la verdad si se la sabe escuchar".
Sin la menor concesión a los estatutos bienpensantes, "en las
antípodas de toda desesperación y de toda náusea", el autor pone en
ejercicio "una venganza por la felicidad", como la ha llamado un
crítico francés. El sí absoluto de Nietzsche más allá del bien y del mal,
desde luego, pero también más allá de la muerte y la locura.