PRÓLOGO DE ADOLFO CASTAÑÓN
Los ojos de Ezequiel están abiertos narra las vicisitudes amorosas, políticas y espirituales del joven hispanofrancés Pierre Dupastre, un excombatienete de las Brigadas Internacionales en Guadalajara y Barcelona, y las relaciones que éste mantiene con su esposa Sylvie, con el luciferino periodista Drameille, con la seductora Hélène, y con un benedictino de la abadía de Montserrat, su maestro Luis Carranza.
Con la guerra civil española, la segunda guerra mundial y la inmediata posguerra en Francia como telón de fondo, Dupastre, que ha abandonado la militancia política y ha decidido ponerse a escribir una novela bajo seudónimo, puesto que está en la clandestinidad, recibe de manos de Drameille unos explosivos documentos que demuestran las traiciones de altos mandos comunistas durante el periodo de entreguerras, para que sea él quien los haga públicos. A partir de ese inicio, la narración combina magistralmente una heterodoxa búsqueda religiosa, que toma forma en las aspiraciones del profético padre Carranza y de sus discípulos; la acción política, a través de la conspiración, el terrorismo y el asesinato; y la pasión erótica, encarnada en las dos mujeres que marcan el excepcional camino de Dupastre.
De la estirpe de Jünger, pero también de la de Dostoyevski o de Nietzsche, LOs ojos de Ezequiel están abiertos es una novela casi secreta, gnóstica, anarca y metspolítica de asombrosa actualidad.
«Siempre he escrito para provocar el escándalo, para descubrir el juego de esta gente. Nadie que sienta afán de absoluto puede ligarse a nada. La democracia es una desvergüenza sentimental; el fascismo, una desvergüenza pasional; el comunismo una desvergüenza intelectual. Ninguno de ellos puede vencer. No hay victoria posible. Por tanto, hay que desear que la tierra se vea libre cuanto antes de estas termitas, cuya tontería es asombrosa.»