Poeta personalísimo, Antonio Gamoneda ha ido demostrando en cada libro su propósito de adentrarse en territorios que bordean los límites de la experiencia, que se sitúan en esa zona sólo inteligible desde el lenguaje poético, capaz de convertir los enigmas en realidades comprensibles. Los amantes de la poesía recordarán títulos como Edad (Premio Nacional de Poesía 1988) o Libro del frío (nominado para el Premio Europa 1993), que supusieron un reconocimiento a su voz rigurosa, de una ascética y profunda belleza. Con Arden las pérdidas, su nuevo libro, Gamoneda acentúa su tono elegiaco, pero desde una interpretación profunda y esencial de lo que supone el paso del tiempo y el recuerdo, y sus poemas aportan nuevas aristas a la investigación en marcha que representa su trayectoria creativa.
Cabe leer Arden las pérdidas como un relato refluyente de lo que ya no es (la luz de la infancia, el amor, la ira y los rostros del pasado...), de lo perdido y olvidado que, sin embargo, aún arde y se afirma luminoso y cruel en la inminencia de su desaparición. El aparente hermetismo del relato se abrirá con sólo advertir que los símbolos son —fueron—, simultáneamente, realidades.
La visión de lo perdido y olvidado es también conciencia existencial, conciencia del tránsito soportado para ir de la inexistencia a la inexistencia. Ya en la «claridad sin descanso» de la vejez, es dado contemplar la gran oquedad, conocer el error en que, incomprensiblemente, «descansa nuestro corazón».