Cuatro noches romanas es la obra de quien ama la mezcla, única en el mundo, de magnificencia y miseria, de belleza y sordidez, que es y ha sido siempre Roma; empieza por ser una ofrenda a la ciudad y una evocación suya, como antes lo fueron Verano inglés para Londres y Fuente de Médicis para París.En la oscuridad real y simbólica de la noche romana, y durante cuatro días sucesivos, el poeta mantiene largos diálogos con un hosco personaje femenino, que bien pudiera ser la Muerte, a quien ha acudido en busca de respuestas, serenidad y olvido. De esos encuentros brota una cambiante relación de atracción y desprecio, y en ellos se plantean cuestiones que tienen mucho de recapitulación vital y meditatio mortis: el vacío que deja el paso del tiempo; la ilusoria capacidad salvadora del amor, la belleza, la imaginación y el arte; el sinsentido de la prolongación de la vida en la vejez.El libro se autodefine con sendas citas de Hölderlin, Shelley y Chateaubriand, tres escritores románticos alejados sin embargo del patetismo por su interiorización de las cuestiones existenciales. Y, en ciertos pasajes, el poema entabla analogías intertextuales o adquiere connotaciones culturales, evocando a Keats, Cornelio Galo o Quevedo, Rafael, Poussin, Bach, Bernini o Borromini. Por su articulación discursiva, su densidad emocional y su lenguaje simbólico, Cuatro noches romanas lleva a su mejor cota la trayectoria formada por los libros publicados por el autor en el último decenio.