El profesor López Navia es inseparable del poeta López Navia, de manera que en el Silente late un profundo conocimiento del mundo y la literatura medievales: el alejandrino, que comenzó a vertebrar Europa, con el gótico, allá por el siglo XIII (y un estudio interesante sería ver cómo rítmicamente el alejandrino del Silente busca la sobriedad narrativa medieval y trata de alejarse de la lujuriosa riqueza del alejandrino simbolista, que, sin embargo, está inevitablemente en su base); la muy sugerente variación sobre el amor de lonh (el del príncipe de Baia Jaufré Rudel por la condesa de Trípoli Melisenda, o el de Guillem de Nevers por Flamenca de Nemours); la no menos sugestiva sobre la concepción del amor como inmoderata cogitatio de Andreas Capellanus y la tratadística cortés posterior; la presencia de una naturaleza simbólica que hay que leer; etc.
Pero, obviamente, estos mimbres medievales sirven para hacer un cesto bien moderno, o postmoderno, construido en torno a una brecha muy de ahora. Porque las contradicciones del Silente son manifiestas: ¿Por qué ?silente? si no para de hablar y de gritar, y tiene una voz poderosa, omnipresente y duradera? ¿Por qué abandona todo menos la espada, justamente la espada? ¿Por qué tanto dolor, tanta desazón, si tiene una certeza? ¿Silente erra o sigue una dirección hacia la frontera liberadora tras la que perder realmente la identidad, librarse por fin de la espada?; en otras palabras, ¿es un desterrado, como dice a veces, o un peregrino, como dice otras? Una ausencia rota, ¿no es una presencia? Y quizás la más interesante: ¿Por qué tanta serenidad rítmica e imaginaria, una retórica tan pausada y equilibrada, tan poco desgarrada y tan llena, para hablar del dolor, de la soledad, del vacío?[...]