El mestizaje está de moda. Se utiliza para definir tanto un producto como una manifestación, de la música o la arquitectura, de la literatura o la gastronomía. Sin embargo, este enigmático concepto es casi siempre confundido con las nociones de miscelánea, mezcla, hibridez, sincretismo e, incluso, hedonismo, como si fuera la disolución de elementos distintos en un todo uniforme y estable, la resolución eufórica de las contradicciones en un conjunto homogéneo. Nada más ajeno al mestizaje, sostienen François Laplantine y Alexis Nouss, quienes consideran que es un pensamiento y una experiencia de la desapropiación, la ausencia y la incertidumbre surgidas de encuentros involuntarios e inesperados. Está signado por la inestabilidad, el renunciamiento y, muchas veces, el dolor. El pensamiento mestizo no tiene plan ni programa, es una tercera vía entre lo homogéneo y lo heterogéneo, entre la fusión y la fragmentación. Muta y transmuta en un movimiento constante de progresiones, reversiones, flexiones, curvaturas y plegamientos. Por eso hay infinitos modos de mestizaje, reacios a cualquier intento de categorización. En este diccionario se mezclan, sin jerarquía alguna y analizados desde distintas disciplinas, términos prestigiosos y desdeñables, serios e inauditos. La gran diversidad de las entradas propicia un recorrido mestizo, no lineal, un recorrido nómada que se desplace sin guía ni mapa por conceptos, ciudades, continentes, preposiciones, conjunciones, literaturas, músicas, cocinas, cines, filosofías, pinturas... Como en un juego, es posible saltar de Arcimboldo a zombi, de tango a Grecia, de Borges a saudade, de murciélago a Godard, de Derrida a traducción.